María
en la vida oculta de Jesús
Una
vida humilde y oscura a los ojos del mundo puede irradiar el amor y la paz de
Cristo.
Al hacer estas breves anotaciones sobre la vida de Jesús, san Lucas refiere probablemente los recuerdos de María acerca de ese periodo de profunda intimidad con su Hijo. La unión entre Jesús y la "llena de gracia" supera con mucho la que normalmente existe entre una madre y un hijo, porque está arraigada en una particular condición sobrenatural y está reforzada por la especial conformidad de ambos con la voluntad divina.
En
María la conciencia de que cumplía una misión que Dios le había encomendado
atribuía un significado más alto a su vida diaria. Los sencillos y humildes
quehaceres de cada día asumían, a sus ojos, un valor singular, pues los vivía
como servicio a la misión de Cristo.
El
ejemplo de María ilumina y estimula la experiencia de tantas mujeres que
realizan sus labores diarias exclusivamente entre las paredes del hogar. Se
trata de un trabajo humilde, oculto, repetitivo que, a menudo, no se aprecia
bastante. Con todo, los muchos años que vivió María en la casa de Nazaret
revelan sus enormes potencialidades de amor auténtico y, por consiguiente, de
salvación. En efecto, la sencillez de la vida de tantas amas de casa, que
consideran como misión de servicio y de amor, encierra un valor extraordinario
a los ojos del Señor.
Y
se puede muy bien decir que para María la vida en Nazaret no estaba dominada
por la monotonía. En el contacto con Jesús, mientras crecía, se esforzaba por
penetrar en el misterio de su Hijo, contemplando y adorando. Dice san Lucas:
"María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su
corazón" (Lc 2, 19; cf. 2, 51).
"Todas
estas cosas" son los acontecimientos de los que ella había sido, a la vez,
protagonista y espectadora, comenzando por la Anunciación, pero sobre todo es
la vida del Niño. Cada día de intimidad con él constituye una invitación a
conocerlo mejor, a descubrir más profundamente el significado de su presencia y
el misterio de su persona.
Alguien
podría pensar que a María le resultaba fácil creer, dado que vivía a diario en
contacto con Jesús. Pero es preciso recordar, al respecto, que habitualmente
permanecían ocultos los aspectos singulares de la personalidad de su Hijo.
Aunque su manera de actuar era ejemplar, él vivía una vida semejante a la de
tantos coetáneos suyos.
Durante
los treinta años de su permanencia en Nazaret, Jesús no revela sus cualidades
sobrenaturales y no realiza gestos prodigiosos. Ante las primeras
manifestaciones extraordinarias de su personalidad, relacionadas con el inicio
de su predicación, sus familiares (llamados en el evangelio "hermanos")
se asumen -según una interpretación- la responsabilidad de devolverlo a su
casa, porque consideran que su comportamiento no es normal (cf. Mc 3, 21).
En
el clima de Nazaret, digno y marcado por el trabajo, María se esforzaba por
comprender la trama providencial de la misión de su Hijo. A este respecto, para
la Madre fue objeto de particular reflexión la frase que Jesús pronunció en el
templo de Jerusalén a la edad de doce años: "¿No sabíais que debo ocuparme
de las cosas de mi Padre?" (Lc 2, 49). Meditando en esas palabras, María
podía comprender mejor el sentido de la filiación divina de Jesús y el de su
maternidad, esforzándose por descubrir en el comportamiento de su Hijo los
rasgos que revelaban su semejanza con Aquel que él llamaba "mi Padre".
La
comunión de vida con Jesús, en la casa de Nazaret, llevó a María no sólo a
avanzar "en la peregrinación de la fe" (Lumen gentium, 58), sino
también en la esperanza. Esta virtud, alimentada y sostenida en el recuerdo de
la Anunciación y de las palabras de Simeón, abraza toda su existencia terrena,
pero la practicó particularmente en los treinta años de silencio y ocultamiento
que pasó en Nazaret.
Entre
las paredes del hogar la Virgen vive la esperanza de forma excelsa; sabe que no
puede quedar defraudada, aunque no conoce los tiempos y los modos con que Dios
realizará su promesa. En la oscuridad de la fe, y a falta de signos
extraordinarios que anuncien el inicio de la misión mesiánica de su Hijo, ella
espera, más allá de toda evidencia, aguardando de Dios el cumplimiento de la
promesa.
La
casa de Nazaret, ambiente de crecimiento de la fe y de la esperanza, se
convierte en lugar de un alto testimonio de la caridad. El amor que Cristo
deseaba extender en el mundo se enciende y arde ante todo en el corazón de la
Madre; es precisamente en el hogar donde se prepara el anuncio del evangelio de
la caridad divina.
Dirigiendo
la mirada a Nazaret y contemplando el misterio de la vida oculta de Jesús y de
la Virgen, somos invitados a meditar una vez más en el misterio de nuestra vida
misma que, como recuerda san Pablo, "está oculta con Cristo en Dios"
(Col 3, 3).
A
menudo se trata de una vida humilde y oscura a los ojos del mundo, pero que, en
la escuela de María, puede revelar potencialidades inesperadas de salvación,
irradiando el amor y la paz de Cristo.
Autor: Catholic.net | Fuente: Catholic.net